La salud no se limita a la mera ausencia de enfermedades; es un estado integral de bienestar que abarca la dimensión física, mental y social de una persona.
La mayoría de nosotros pasamos aproximadamente el 90% de nuestro tiempo en espacios cerrados. A través de un diseño arquitectónico consciente, podemos no solo crear lugares que cumplan con criterios estéticos y funcionales, permitiendo que sus ocupantes realicen sus actividades de manera eficiente, sino que también actúen como herramientas para mejorar la salud mental.
Un excelente ejemplo de esto es el diseño biofílico, que busca fomentar la conexión innata entre los seres humanos y la naturaleza. Este enfoque está centrado en el bienestar de las personas, reduciendo el estrés y aumentando la felicidad en los espacios que habitamos.
Además, los espacios deben ser diseñados para garantizar la calidad y la eficiencia en el consumo del agua, la pureza del aire que respiramos, la iluminación adecuada para las tareas que realizamos, así como el confort térmico y acústico. También es fundamental seleccionar materiales que, por su naturaleza y composición, no afecten negativamente nuestra salud debido a sus componentes contaminantes, al tiempo que minimicen su impacto en el medio ambiente.
Un espacio saludable debe promover y facilitar la actividad física, fomentar hábitos alimenticios saludables y respaldar políticas que mejoren la calidad de vida de sus usuarios. El objetivo último es crear comunidades inclusivas e integradas con un fuerte compromiso cívico y un diseño que sea accesible en todos los sentidos. Este enfoque no solo mejora nuestra salud individual, sino que también contribuye a un mundo más saludable en su conjunto.
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